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lunes, agosto 4, 2025
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Imala sigue esperando

Alguna vez, Imala fue uno de los grandes refugios del alma culiacanense. Un respiro entre montañas, olor a pan recién horneado, tortillas hechas a mano, café de olla y aguas termales que no solo prometían aliviar el cuerpo, sino también la ansiedad de la vida urbana. Era habitual ver familias enteras desayunando chilorio, ciclistas tomando la ruta hasta Sanalona y niños correteando en las plaza. Pero como casi todo en Sinaloa, el encanto fue cediendo paso a la crudeza de la realidad.

La violencia, esa sombra que lo cubre todo, ha hecho de Imala un lugar que se visita menos y se recuerda más. Ya no es raro que el camino esté desierto, no porque la naturaleza haya perdido su belleza, sino porque el riesgo de encontrarse en medio de un enfrentamiento entre grupos rivales hace de cada kilómetro una moneda al aire.

Consciente de ese abandono, y tal vez también por la presión de los comerciantes que apenas sobreviven en la sindicatura, el Ayuntamiento de Culiacán anunció con bombo y platillo —como es costumbre— la implementación del programa Ruta Segura, una iniciativa lanzada en marzo de 2025 con el noble objetivo de reactivar la economía y devolverle a Imala algo de su antiguo esplendor.

Se trató, al menos en el papel, de un operativo integral: participación del Ejército, Guardia Nacional, Policía Estatal, Policía Municipal, Tránsito, rodada de ciclistas y hasta una base militar establecida en el pueblo. La estrategia era clara: garantizar el trayecto y la estancia de los visitantes.

Pero como suele suceder, la política sinaloense tiene una fascinación inexplicable por las inauguraciones y una profunda alergia a la continuidad. El operativo, que se presentó con una narrativa casi cinematográfica —“la seguridad ha llegado”, dijeron algunos—, pronto se diluyó en la costumbre del olvido. La presencia institucional fue breve, los ciclistas regresaron a sus rutas urbanas y los restaurantes, pese a su entusiasmo inicial, entendieron que la afluencia no regresaría. Algunos optaron por reubicarse en Culiacán, con el mismo sazón, pero sin el aire fresco de la sierra.

¿Y los funcionarios?, se preguntará usted. Pues ahí andan. Unos en sus despachos, otros en comparecencias, y algunos más muy activos en redes sociales. El secretario de Seguridad Pública del Estado, el general Óscar Rentería Schazarino, quien alguna vez prometió un enfoque regional y de proximidad, aún no se ha dignado a visitar Imala —al menos no públicamente—. Ha tenido reuniones importantes, claro, incluso con el gabinete federal de seguridad en la Base Aérea Militar de Culiacán, pero de la sindicatura, ni una foto, ni una selfie, ni una promesa renovada.

Y es que a estas alturas, resulta inevitable preguntarse si la Ruta Segura no fue otra escenografía más del catálogo gubernamental. Porque si de verdad se pretendía garantizar la seguridad y reactivar la economía, ¿no debería haber seguimiento, evaluación, ajustes, visitas periódicas y rendición de cuentas?

El problema no es que un operativo fracase —todos entendemos que la seguridad es compleja—, sino que fracase y se finja que no pasó nada. Que se disuelva entre declaraciones amables, ruedas de prensa optimistas y funcionarios que no regresan al territorio.

Imala no es solo una sindicatura más. Es un símbolo del abandono selectivo. Porque mientras los reflectores se encienden para los macroproyectos, las zonas rurales y turísticas con valor histórico, cultural y ambiental siguen esperando turnos que no llegan. “Ya les tocará”, pareciera ser el mensaje no dicho.

Mientras tanto, Narnia —ese paraje espectacular escondido en la Cofradía—, que llegó a ser sede del Festival del Gloso en 2023, hoy permanece solitario, ajeno a la posibilidad de visitas. No por falta de encanto, sino por la certeza de que nadie quiere exponerse a la mala fortuna de cruzarse con los de siempre, esos que no conocen ni festival ni tregua.

Y sin embargo, hay algo que no cambia: el valor de la comunidad. Los productores siguen haciendo chorizo, queso y pan; las cocineras, aunque ahora en la ciudad, conservan el sazón; y quienes crecieron en Imala no han dejado de hablar de su pueblo con amor, incluso en tiempos donde ese amor se manifiesta con nostalgia.

Es por eso que el reclamo no es menor. Que el general Rentería, el presidenta municipal, la secretaria de Turismo, el de Economía, y todos aquellos que alguna vez se tomaron la foto para anunciar la Ruta Segura, deberían volver. No solo por decencia política, sino por respeto a quienes siguen creyendo en Imala. A quienes no lo ven como un punto en la agenda turística, sino como su casa, su historia, su raíz.

Quizás no hace falta un nuevo operativo, sino algo mucho más simple y escaso: voluntad. Y quizá también un poco de vergüenza pública, de esa que se activa cuando uno ve que los programas no tienen continuidad, que las promesas se oxidan y que los pueblos, como Imala, se llenan de silencio.

Porque la seguridad, como la esperanza, no debería depender del calendario electoral. Ni del ánimo de un secretario. Ni de la cantidad de veces que una sindicatura aparece en el guion de una rueda de prensa. Debería ser una política de Estado. Y en su defecto, al menos, una obligación moral.

Mientras tanto, Imala sigue esperando. Y nosotros, preguntando: ¿cuándo se dará una vuelta el general?

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